"Durante los dos días que Marie estuvo lejos, y a pesar del susto del accidente, el Zahir volvío a ocupar su espacio. Yo sabía que, si el chico había cumplido su palabra, habría un sobre esperándome en casa con la dirección de Esther, pero ahora yo estaba asustado.
¿Y si Mikhail estaba diciendo la verdad respecto a la voz?
Traté de recordar los detalles: bajé de la acera, miré a los lados mecánicamente, vi que pasaba un coche, pero también vi que estaba a una distancia segura. Aun así, fui alcanzado, quizá por una moto que intentaba adelantar a aquel coche y que estaba fuera de mi campo de visión.
Creo en las señales. Después del camino de Santiago, todo había cambiado por completo: lo que tenemos que aprender está siempre delante de nuestros ojos, basta con mirar alrededor con respeto y atención para descubrir adónde desea llevarnos Dios, y el paso mas acertado que debemos dar después.
También aprendí a respetar el misterio: como decía Einstein, Dios no juega a los dados con el Universo, todo está interrelacionado y tiene sentido. Aunque este sentido permanezca oculto casi todo el tiempo, sabemos que estamos cerca de nuestra verdadera misión en la Tierra cuando lo que estamos haciendo está contagiado por la energía del entusiasmo.
Si lo está, todo va bien. Si no lo está, es mejor cambiar pronto de rumbo.
Cuando nos encontramos en el camino correcto, seguimos las señales, y cuando damos un paso en falso, la Divinidad viene en nuestro socorro para evitar que cometamos un error. ¿Acaso el accidente era una señal? ¿Acaso Mikhail, aquel día, había intuido una señal para mí?
Decidí que la respuesta a esa pregunta era "si".
Y tal vez por eso, por aceptar mi destino, por dejarme guiar por una fuerza mayor, noté que, a lo larrgo de aquel día, el Zahir empezaba a perder intensidad. Sabía que todo lo que tenía que hacer era abrir un sobre, leer su dirección y tocar el timbre de su casa.
Pero las señales indicaban que no era el momento. Si realmente Esther era tan importante en mi vida como yo imaginaba, si seguía amándome (cómo había dicho el chico), ¿por qué forzar una situación que iba a llevar a los mismos errores que había cometido en el pasado?
¿Cómo evitar repetirlos?
Conociendo mejor quién era yo, qué había cambiado, qué había provocado este corte súbito en un camino que siempre había estado marcado por la alegría. ¿Bastaba con eso?
No, también tenía que saber quién era Esther, por qué transformaciones había pasado durante todo el tiempo que vivimos juntos.
¿Y era suficiente con responder a estas dos preguntas? Faltaba una tercera: ¿por qué nos había unido el destino?
Como tenía mucho tiempo libre en aquel cuarto de hospital, hice una recapitulación general de mi vida. Busqué siempre aventura y seguridad al mismo tiempo, aun sabiendo que las dos cosas no eran compatibles entre sí. Incluso estando seguro de mi amor por Esther, me enamoraba con rapidez de otras mujeres, simplemente porque el juego de la seducción es lo más interesante del mundo.
¿Había sabido demostrar mi amor por mi mujer? Tal vez durante un periodo, pero no siempre. ¿Por qué? Porque creía que no era necesario, ella debía de saberlo, no podía poner en duda mis sentimientos.
Recuerdo que, muchos años atrñas, alguien me pregunto que tenían en común todas las novias que habían pasado por mi vida. La respuesta fue fácil: yo. Y al darme cuenta de eso, vi el tiempo que había perdido en busca de la persona adecuada; las mujeres cambiaban, yo seguia igual, y no aprovechaba nada de lo que habíamos vivido juntos. Tuve muchas novias, pero siempre me uedé esperando a la persona adecuada. Controlé, fui controlado, y la relación no paso de ahí. Hasta que lego Esther y transformó el panorama por completo.
Estaba pensando en mi ex mujer con ternura: ya no era una obsesión encontrarla, saber por qué había desaparecido sin explicaciones. Aunque Tiempo de romper, tiempo de coser fuese un verdadero tratado sobre mi matrimonio, el libro era, sobre todo, un certificado para mí mismo: soy capaz de amar, de echar de menos a alguien. Esther merecía mucho más que palabras, incluso las palabras, las simples palabras, jamás habían sido dichas mientras estábamos juntos.
Siempre hay que saber cuándo una etapa llega a su fin. Cerrando ciclos, cerrando puertas, terminando capítulos; no importa el nombre que le demos, lo que importa es dejar en el pasado los momentos de la vida que ya se han acabado. Poco a poco, empecé a entender que no podía volver atrás y hacer que las cosas volvieran a ser como eran: aquellos dos años, que antes me parecían un inferno sin fin, ahora empezaban a mostrarme su verdadero significado.
Y ese significado iba mucho más allá de mi matrimonio: todos los hombres, todas las mujeres están conectados con la energía que muchos llaman amor, pero que en verdad es la materia prima con la que se construyó el universo. Esta energía no puede ser manipulada; es ella la que nos conduce suavemente, es en ella en la que reside todo nuestro aprendizaje en esta vida. Si intentamos orientarla hacia lo que queremos, acabamos desesperados, frustrados, defraudados, porque ella es libre y salvaje.
Pasaremos el resto de la vida diciendo que amamos a tal persona o tal cosa, cuando en verdad estamos sufriendo simplemente porque, en vez de aceptar su fuerza, intentamos disminuirla para que quepa en el mundo que imaginamos vivir.
Cuanto más pensaba en eso, más el Zahir perdía su fuerza y más me acercaba a mí mismo. Me preparé para un largo trabajo, que me iba a exigir mucho silencio, meditación y perseverancia. El accidente me había ayudado a comprender que no podía forzar algo para lo que todavía no había llegado el tiempo de coser. "
El Zahir, Paulo Coelho.
¿Y si Mikhail estaba diciendo la verdad respecto a la voz?
Traté de recordar los detalles: bajé de la acera, miré a los lados mecánicamente, vi que pasaba un coche, pero también vi que estaba a una distancia segura. Aun así, fui alcanzado, quizá por una moto que intentaba adelantar a aquel coche y que estaba fuera de mi campo de visión.
Creo en las señales. Después del camino de Santiago, todo había cambiado por completo: lo que tenemos que aprender está siempre delante de nuestros ojos, basta con mirar alrededor con respeto y atención para descubrir adónde desea llevarnos Dios, y el paso mas acertado que debemos dar después.
También aprendí a respetar el misterio: como decía Einstein, Dios no juega a los dados con el Universo, todo está interrelacionado y tiene sentido. Aunque este sentido permanezca oculto casi todo el tiempo, sabemos que estamos cerca de nuestra verdadera misión en la Tierra cuando lo que estamos haciendo está contagiado por la energía del entusiasmo.
Si lo está, todo va bien. Si no lo está, es mejor cambiar pronto de rumbo.
Cuando nos encontramos en el camino correcto, seguimos las señales, y cuando damos un paso en falso, la Divinidad viene en nuestro socorro para evitar que cometamos un error. ¿Acaso el accidente era una señal? ¿Acaso Mikhail, aquel día, había intuido una señal para mí?
Decidí que la respuesta a esa pregunta era "si".
Y tal vez por eso, por aceptar mi destino, por dejarme guiar por una fuerza mayor, noté que, a lo larrgo de aquel día, el Zahir empezaba a perder intensidad. Sabía que todo lo que tenía que hacer era abrir un sobre, leer su dirección y tocar el timbre de su casa.
Pero las señales indicaban que no era el momento. Si realmente Esther era tan importante en mi vida como yo imaginaba, si seguía amándome (cómo había dicho el chico), ¿por qué forzar una situación que iba a llevar a los mismos errores que había cometido en el pasado?
¿Cómo evitar repetirlos?
Conociendo mejor quién era yo, qué había cambiado, qué había provocado este corte súbito en un camino que siempre había estado marcado por la alegría. ¿Bastaba con eso?
No, también tenía que saber quién era Esther, por qué transformaciones había pasado durante todo el tiempo que vivimos juntos.
¿Y era suficiente con responder a estas dos preguntas? Faltaba una tercera: ¿por qué nos había unido el destino?
Como tenía mucho tiempo libre en aquel cuarto de hospital, hice una recapitulación general de mi vida. Busqué siempre aventura y seguridad al mismo tiempo, aun sabiendo que las dos cosas no eran compatibles entre sí. Incluso estando seguro de mi amor por Esther, me enamoraba con rapidez de otras mujeres, simplemente porque el juego de la seducción es lo más interesante del mundo.
¿Había sabido demostrar mi amor por mi mujer? Tal vez durante un periodo, pero no siempre. ¿Por qué? Porque creía que no era necesario, ella debía de saberlo, no podía poner en duda mis sentimientos.
Recuerdo que, muchos años atrñas, alguien me pregunto que tenían en común todas las novias que habían pasado por mi vida. La respuesta fue fácil: yo. Y al darme cuenta de eso, vi el tiempo que había perdido en busca de la persona adecuada; las mujeres cambiaban, yo seguia igual, y no aprovechaba nada de lo que habíamos vivido juntos. Tuve muchas novias, pero siempre me uedé esperando a la persona adecuada. Controlé, fui controlado, y la relación no paso de ahí. Hasta que lego Esther y transformó el panorama por completo.
Estaba pensando en mi ex mujer con ternura: ya no era una obsesión encontrarla, saber por qué había desaparecido sin explicaciones. Aunque Tiempo de romper, tiempo de coser fuese un verdadero tratado sobre mi matrimonio, el libro era, sobre todo, un certificado para mí mismo: soy capaz de amar, de echar de menos a alguien. Esther merecía mucho más que palabras, incluso las palabras, las simples palabras, jamás habían sido dichas mientras estábamos juntos.
Siempre hay que saber cuándo una etapa llega a su fin. Cerrando ciclos, cerrando puertas, terminando capítulos; no importa el nombre que le demos, lo que importa es dejar en el pasado los momentos de la vida que ya se han acabado. Poco a poco, empecé a entender que no podía volver atrás y hacer que las cosas volvieran a ser como eran: aquellos dos años, que antes me parecían un inferno sin fin, ahora empezaban a mostrarme su verdadero significado.
Y ese significado iba mucho más allá de mi matrimonio: todos los hombres, todas las mujeres están conectados con la energía que muchos llaman amor, pero que en verdad es la materia prima con la que se construyó el universo. Esta energía no puede ser manipulada; es ella la que nos conduce suavemente, es en ella en la que reside todo nuestro aprendizaje en esta vida. Si intentamos orientarla hacia lo que queremos, acabamos desesperados, frustrados, defraudados, porque ella es libre y salvaje.
Pasaremos el resto de la vida diciendo que amamos a tal persona o tal cosa, cuando en verdad estamos sufriendo simplemente porque, en vez de aceptar su fuerza, intentamos disminuirla para que quepa en el mundo que imaginamos vivir.
Cuanto más pensaba en eso, más el Zahir perdía su fuerza y más me acercaba a mí mismo. Me preparé para un largo trabajo, que me iba a exigir mucho silencio, meditación y perseverancia. El accidente me había ayudado a comprender que no podía forzar algo para lo que todavía no había llegado el tiempo de coser. "
El Zahir, Paulo Coelho.
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